jueves, 30 de septiembre de 2010

El chino underground

Yo iba a este chino cuando nadie lo conocía y sólo había chinos comiendo.  Pero entonces se puso de moda, y ahora está petado de gente española… y ya no es tan auténtico.

Imagino que a las personas que  conocieron este restaurante desde el principio les encantará hacer alarde; yo no podría evitarlo, pero en realidad cuando yo lo conocí hace como cinco años ya era bastante popular. Aún así hubo algo de él que me moló.

El chino en cuestión está en los bajos de un aparcamiento de Plaza de España, y como el nombre no está traducido al español – aunque he averiguado que en chino se llama “paisaje” - la gente lo llama de una gran variedad de maneras: el chino de Plaza España, el chino underground, el chino del subsuelo, del submundo, del inframundo… ¡hasta lo he oído llamar el chino de Blade Runner!

Aparte del nombre, por lo demás no tiene aspecto de restaurante chino, sino más bien de bareto cutre español de los de toda la vida. Decoración, cero. Bueno; en una esquina tienen una tele sin voz en la que ponen vídeos de karaoke en chino. Es pequeñujo; apenas tiene nueve mesas y dos o tres taburetes en la barra donde suelen estar los chinos –nunca españoles- comiendo, con el bol casi pegado a la barbilla.  

Como es tan popular y es tan chiquitujo, a la hora de la comida se suele formar cola fuera, pero todo va bastante rápido: de hecho el tiempo de espera no es tiempo perdido, porque una camarera –la de la camiseta a rayas de la foto- sale con una hoja con el menú, y te va tomando nota.

Cuando por fin entras, te sientan en una mesa, muy, muy cerca –o pegada- a otra, y es como si estuvieras comiendo con completos desconocidos. El servicio es muy rápido, pero no esperes amabilidad y sonrisas; se está para lo que se está: llenar la panza y pirarte sin sobremesa ni leches. Y si quieres ir al baño… pues no hay baño, ¡Tienes que usar los baños del aparcamiento! Minimalista todo, vamos.

Respecto a la comida… pues está buena y es muy abundante. Y nada de rollitos de primavera, salsa agridulce y esas cosas que se encuentran en los chinos  "de siempre" decorados con cuadros de cascadas y dragones negros sobre fondo rojo, sino comida china de la que comen los chinos. Y si no te acabas tu plato, puedes pedir que te preparen el resto para llevar.

Pero francamente, yo no creo que sea la comida lo que ha hecho famoso a “Paisaje”, sino toda la experiencia pintoresca y “underground”, que además de sorprender y divertir, hace que quien vaya se sienta como si fuera un gran entendido por conocerse los entresijos de Madrid.

Así somos, ¿no?

martes, 28 de septiembre de 2010

Libro de colorante del cabrito

Estaba yo buscando en google una mandala chula para cambiar un poco la decoración del salón, y hete aquí que di con "El libro de colorante de la mandala":


¡Me encantan estos chinos y sus traducciones!

lunes, 27 de septiembre de 2010

Yoda: el final de la historia

Ayer recibí la llamada diaria de Cristina -desde que Yoda está en casa me llama prácticamente todos los días; me voy a ganar el cielo con la “operación gato” esta.

-¿Qué tal el gatito?
-Pues bien. Acabo de darle la pipeta del desparasitador. El pobre ha puesto una cara de asco horrible, y hasta le ha salido como espuma por la boca.
-¿¡¡Cómooo!!? ¡¿Que se lo has dado en la boca?!
-Sí, claro…
-Pero si eso es para dárselo… por detrás.
-¿¡Por detrás?! ¿Cómo que por detrás? -Yo estaba segura de que a mí nadie me había dicho nada en el veterinario de meterle al gato nada por detrás.
-Sí, ¡eso en la boca no es!
-¡¿En serio?! –el tema se ponía feo- Oye, te dejo ahora mismo, que voy a llamar al veterinario.

¿Y yo cómo iba a saberlo?

Como eran las dos de la tarde pasadas, pensé que el veterinario estaría ya cerrado, así que llamé a Carmen, de la asociación. No lo cogió y le dejé un mensaje: “Mira Carmen, que le he dado el stronhold al gato en boca, y Cristina me ha dicho que se la tenía que haber dado… -y pensé: ¿para qué andarme con eufemismos absurdos?- …por el culo. Y no sé qué hacer ahora. Voy a intentar contactar con el veterinario a ver qué me dice".

El veterinario, me informó de que el “desparasitador” se echaba, de hecho, en la parte de atrás del cuello –no sé si Cristina se había expresado mal, o estaba equivocada- para que el gato no alcanzara a chupárselo porque es altamente tóxico. Y yo se lo había echado todo al coleto, hasta la última gota. Con voz de circunstancias el veterinario me dio instrucciones de que observara al gato toda la tarde, y a la mínima cosa rara –convulsiones, levitación…- le llevara urgentemente al veterinario.

Carmen también me llamó; había oído el mensaje que le había dejado. “Mira Laura, no es tu culpa, es un error y ya está. Piensa que a estos gatitos les cogemos de la calle, y a algunos les podemos salvar y a otros no, así que no te culpes si al gato le pasa lo peor.” Yo le agradecí de corazón el apoyo, y que no me reprochara mi crasa equivocación, pero me sentí destrozada cuando colgué, y no podía dejar de pensar que quizás me había cargado al pobre Yodita.

En toda la tarde no me moví de casa para estar pendiente de cualquier síntoma. Vi en su bandeja una caca como blanca y rara, con la comida a medio digerir y pensé que se había ido por la pata abajo por el veneno, y que lo había echado así. Por lo demás parecía estar bien; jugaba, comía, incordiaba a Flecha…

Pero ya sobre las diez de la noche oí unos maullidos lastimeros en el baño-a pesar de que nunca maúlla- y  al ir le vi vomitando al pobrecito, en la bandeja. Y entonces me di cuenta de que lo del mediodía había sido otra pota, no caca. También vi después una pequeña potilla sobre mi cama… y no sabía si salir a buscar un veterinario de urgencia, porque Yoda parecía estar más o menos bien, activo y espabilado, y además el veneno ya tenía que estar más que digerido -habían pasado diez horas- y no pensaba que el veterinario pudiera hacer mucho.

Por supuesto a lo largo de la tarde recibí tres o cuatro llamadas de Cristina interesándose por la salud del pobre bichillo, ofreciéndose a acompañarme si le tenía que llevar al veterinario. La verdad es que no me molestaba; era como no estar sola en mi preocupación.

Me costó bastante irme a la cama y dejar a Yoda en el sofá -que es donde le gusta dormir- y unas cuantas veces me desperté por la noche y fui al salón a ver si seguía bien. O sea, vivo. Afortunadamente ninguna de las veces noté nada raro, y por la mañana le vi como una rosa y supe que el peligro había pasado.

Supongo que ahora ya sólo le quedan 6 vidas.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Yoda

En la semana que lleva en casa Yoda -que así es como se ha acabado llamando el gato- ha desplegado  ante mis ojos y los de una perpleja Flecha, muchas de sus felinas facetas. La que más le gusta ejecutar es la de experto cazador de ratones:




Y alguna vez también ha sacado su faceta de gato callejero/HP, mostrando sus garras como diciendo: "A ti que no se te olvide que con todo lo mono y dulce que pueda parecer... tengo esto."  Mírale, si parece Freddy Krueger.

Para compensar tanta bravuconería, no ha dudado en mostrar su faceta de hot motherfuckin' sexy pussy: "Mmhhh,  ¿Qué te parece lo que ves?"


Pero sobre todo,  poco a poco y subrepticiamente se está haciendo el amo de la casa. Lo de las jerarquías se lo pasa por el forro, y a la pobre Flecha la tiene un poco frita.

He intentado subir un vídeo ilustrativo, pero me ha resultado imposible -y es una pena, porque el vídeo mola. Al menos pondré unas fotos representativas, que reconozco que no son muy allá, pero es que conseguir una foto con los dos que no salga movida, no es tarea fácil. Porque fotos de ambos durmiendo dulcemente acurrucados el uno junto al otro... pues no las hay.

Así están las cosas:

sábado, 25 de septiembre de 2010

El gatito- parte zrii

Aunque no iba a recoger al gato hasta la tarde, había acordado con Cristina que me pasaría por su casa sobre las dos para dejarle el dinero, por si lo necesitaba.

“Ah, pues no; no te conozco” me dijo nada más abrirme la puerta. A mí tampoco me sonaba su cara; era una mujer de unos sesenta y cinco años, de aspecto agradable, con unos ojos muy azules que expresaban no sé muy bien si serenidad o resignación. Me invitó a pasar. La casa olía a gato, y estaba un poco dejada, pero tampoco me fijé mucho, porque mi objetivo era ver el bichillo.

Entré en el baño y ahí lo vi, escondido detrás del váter; un pequeño gremlin flaquito y patudo, con pocas ganas de socializar. Muy al contrario de su rescatadora, que no me iba a dejar que me fuera sin pagar mi peaje de conversación, y me tuvo secuestrada un rato en la cocina interrogándome sobre mi familia, a ver si me situaba. Para darle alguna referencia fácil -y que me liberara cuanto antes- le conté que mi abuela también vivía en la misma calle, en el número once:

-Iba en silla de ruedas los últimos años, así que a lo mejor les viste a ella y a mi madre paseando por la calle.
-¡Yaaa…! -dijo echando la cabeza ligeramente para atrás- Me parece que sé quién es. Tiene una hermana, tu madre ¿no?
-Sí; ella también vive en esta calle, claro, en el número 15, me había olvidado…
-Pues creo que ya sé quién es. Charlé yo con ella en una ocasión; una mujer muy agradable.
-Sí, bueno, es muy maja… pero no sé si es la que tú dices, porque mi madre no es muy sociable, así, con gente que no conoce, no sé…

En cualquier caso, y para mi gran alivio, ya con una hipótesis sobre mi procedencia genealógica, me dejó irme en paz.

Volví sobre las siete de la tarde para llevarme al gremlin, y me dejé acompañar por mi madre, que también tenía curiosidad por confirmar su propia hipótesis sobre quién era esta mujer –que necesitaba dinero prestado y que según ella no me iba a devolver. Como si me importara. Cuando se vieron, las dos dijeron al unísono algo así como: “Ah…¡sabía que eras tú!” Si es que el mundo es un gran kleenex cósmico…

Cristina no nos invitó a pasar -creo que no quería que mi madre viera su casa-  y me entregó todo el kit gatuno en la puerta; bandejas, comida, mantita, medicinas… Me dejó que me llevara a su protegido con más reticencia que otra cosa “¿Te importa que te llame para ver cómo está?” “No, claro que no me importa, faltaría más” ¿Y me dejarás ir a verle alguna vez?” “Cuando quieras” E inmediatamente me dí cuenta de lo que acababa de oírme decir.

Bajando las escaleras, mi madre llevaba al gatito en la bandeja con la manta, metido en una bolsa grande. Iba asomado, mirándolo todo con sus enormes ojos azules. “Mamá, sujétale un poco, no le dejes asomarse, a ver si va a…” Y el gatito pegó un salto al suelo que yo, haciendo alarde de mi fantástico sistema psicomotriz, intercepté en el aire. Con el susto, el pobre gato intentó escaparse haciendo uso de sus uñas, y como eso no le sirvió, me arreó un tremendo bocado en el dedo. Yo notaba cómo me traspasaban sus dientecines como alfileres. Los segundos pasaban muuuy leentooos, “¡¡¡AAAAH…!!!” y el muy cabroncete no soltaba. Hasta que se me ocurrió abrirle la boca con la mano libre para desengancharle, porque aquello… pues dolía tirando a bastante -aunque tampoco es que dejara de doler cuando ya no tuve el gato colgando del dedo. En poco tiempo se me puso como una morcilla, y no lo podía ni doblar de lo hinchado que estaba.

Ya en el coche de camino a casa iba mirando al gatito, y la verdad es que le veía tirando a feillo –y no sólo porque el dedo me doliera un huevo: “Mírale, el pobre, si parece ET con esos ojos tan saltones. Le voy a llamar E.T.” “¿Y por qué no le llamas HP?” –sugirió mi padre con muy mala uva.

“Pues sí; no está mal traído el nombre…”

viernes, 24 de septiembre de 2010

Un gatito en acogida -segunda parte.

Cuando volví de Conil y llamé a Cristina para ir a recoger al mini-minino en seguida me di cuenta de que las cosas habían cambiado notablemente:

- Hola Cristina, que ya he vuelto de vacaciones y mañana voy a comer a casa de mis padres, así que si te parece me paso por allí a recoger al peque.
- Ah… pero pensaba que volvías el domingo…
- Pues no; volví ayer viernes.
- Ah, pero es que… el gatito está malito y… (blablabla…)
-Aha…
-Y blablabla…
-A ver Cristina –le dije divertida- me parece a mí que te has encariñado con el gatito, ¿no?
-Es que es tan bonito y tan bueno… pero no me le puedo quedar, porque tengo otros dos, y blablabla…
-Mira; tú piensa lo que quieres hacer y me llamas en unos días, ¿vale?

Y en eso quedamos.

He de decir que en un par de conversaciones con ella –y alguna más extra que se coló por ahí-  la buena mujer se las había apañado para informarme sobre su vida al completo: que estaba divorciada, que tenía dos hijos, uno de los cuales vivía en Londres, que su marido estaba enfermo de nosequé y no le podía pasar pensión, por lo que se veía obligada a sobrevivir del dinero que sus hijos le daban; aproximadamente trescientos euros al mes entrambos. Vivía sola y se aburría soberanamente –esto lo deduje yo por mí misma gracias a mis grandes dotes detectivescas- por lo que aprovechaba la más mínima ocasión para pegar la hebra con cualquier incauto que se dejara. En este caso, servidora.

Pasaron un, dos, tres, cuatro, cinco, seis días… y de Cristina, nada. Pero me llamó Carmen, de la asociación, para azuzarme a que fuera a por el gato; según me dijo no se sentía tranquila de las condiciones en las que estaba: encerrado en el baño a refugio de los otros gatos de Cristina, que no parecían bienvenir al intruso -y se lo demostraban bufándole cada vez que le veían asomar el hocico. Me dio instrucciones de llamar a Cristina para recoger al gatillo cuanto antes, y yo que soy de naturaleza sumisa así lo hice, aunque sabía que eso suponía de diez a quince minutos al teléfono como poco - como de hecho sucedió.

Al día siguiente, cuando iba en el 32 camino de Moratalaz para recoger al bichejo recibí una llamada de Cristina en el móvil.

- Hola Cristina, ya voy para allá.
- Sí, mira… es que tengo que pedirte un favor…
- Dime
- Pues… -sollozos al otro lado del teléfono.
- ¿Qué te pasa mujer?
- Mira, me da mucha vergüenza –más sollozos- pero… mira, es que ayer me robaron el bolso donde tenía el poco dinero que me quedaba para el mes, y… ¿Tú no me podrías prestar veinte euros y te los devuelvo el lunes? Es que… (explicación moderadamente convincente de por qué yo era la única persona a quien podía recurrir)
- Claro que te los puedo dejar Cristina, no te preocupes…
- Pero es que no me conoces de nada, y yo te pido dinero y de verdad que me da muchísima vergüenza…
- Yo me alegro de que me lo pidas si lo necesitas. Si estoy dispuesta a echar una mano con un gatito, qué no voy a hacer por una persona, Cristina, no te preocupes, de verdad…

Lo del bolso… no me lo creí. Lo de que necesitaba la pasta y le daba vergüenza pedírmela sí, pobre mujer.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Un gatito en acogida

Estaba echando un vistazo a la página Nolotiro, cuando di con un anuncio que decía: “Protectora necesita casas de acogida para recoger gatitos hasta encontrarles un hogar definitivo. Si quieres pasar por la experiencia de tener un gatito en casa pero no quieres que sea para siempre, sé casa de acogida por un tiempo ¡colabora y salvarás sus vidas!” Y pensé que nunca me iba a costar menos echar una mano donde se necesitaba, porque me vi libre de perseguir a Flecha por toda la casa para que se entretenga, esperando a que salga de debajo de la cama para perseguirla un poco más…y en mi fantasía vi al gatito ahí haciendo el trabajo sucio por mí, encantado de la vida... No le veía más que ventajas a eso de acoger un minino, la verdad. Así que sin dudarlo más mandé un mail.

Un par de días antes de irme a Conil me llamaron de la asociación; tenían un gatito siamés que una mujer había recogido de la calle, que necesitaba un hogar de acogida. Les expliqué que me iba de vacaciones, pero que a la vuelta estaría encantada. “¿Y no te importaría llamar tú a la mujer y decírselo? Para que sepa que no le estoy dando largas, y que se quede tranquila de que es sólo una semana” “Claro claro, no hay problema.” Al darme el teléfono me di cuenta de que la gatófila en cuestión era del barrio donde me crié y donde aún viven mis padres. Pensé utilizarlo en mi beneficio, para neutralizar desconfianzas.

-Hola, ¿puedo hablar con Cristina?
-Sí, soy yo.
-Mira soy Laura, te llamo por lo del gatito.
-Ah, sí, Laura. Hola.
-¿Vives en Moratalaz, ¿verdad?
-Sí, sí…
-Lo digo por el número. Es que mis padres también viven en Moratalaz –y yo me crié allí, en la calle xxxxx
-¡En esa calle vivo yo! En el número 17
-¡Mis padres en el número 3!

Y a partir de ahí, por uno de esos misterios de la psique humana, la mujer se quedó tranquila de que yo era “de fiar”. Y como demostración me tuvo quince minutos al teléfono contándome la historia del gatito adornada con todo lujo de ramificaciones y detalles innecesarios que obviaré, y que a grandes rasgos, era la siguiente: Una de las hembras de una colonia de gatos callejeros a la que ella iba a dar de comer habitualmente había dado a luz a dos gatitos siameses. Uno desapareció a los pocos días, y para él imaginaba ella todo tipo de posibles finales funestos. El otro… cuando fue a darles de comer un día, la gata se metió para dentro del solar, apareció con él en la boca, lo dejó delante de ella y se piró por donde había venido. En plan “Cuídamelo como si fuera tu hijo… tú le podrás dar una mejor vida… ¡snif!… ¡me voy, no sea que me arrepienta!” O algo así.

Aunque lo cierto es que al día siguiente –según me contó Cristina- la gata estaba tan pichi, comiendo como si allí no hubiera pasado nada. O sea, que se debió de quedar bien a gusto la jodía.

Continuará.

martes, 21 de septiembre de 2010

Rescatadas 19

Yo: ¿Por qué no te gustan los guisantes? ¿por el sabor?
El Chato: No, porque son redondos y pequeñitos. Lo mismo que las aceitunas, o las uvas… pero vamos, que eso lo saben mis colegas, lo mío con las cosas verdes redondas. (¡?)

No voy a ir de “Aaay, soy un aaalma que se alimenta del aaaire...” ¡Mentira! ¡¡Necesito hidratos!! –Cari

Yo: Reconoce que en el viaje tú hablabas el 90% del tiempo.
Paul: Sí, es verdad... ¡Pero cuando hablabas tú, hablabas mucho!

Yo: A ver, escucha; esto es sólo teorizar, así que no te pongas a la defensiva...
Ray: ¡¡¡NOOO!!! ¡No quiero teorizar!! ¡No me laves el cerebro! ¡No quiero salir a la calleee...!

¿Por qué me ponen las punkies, si les da igual todo?... ¡les dan igual los gérmenes…! –Ray

En una sociedad competitiva gana uno y los demás perdemos. –Manolo, que tiene asumido qué lado le toca.

Pacopepe: Saca la libreta porque esa frase tuya la tienes que apuntar: “No me he puesto sujetador pero mira; me he puesto un imperdible” Laura; te la cedo.
(A ver si a alguien se le ocurre la explicación de mi frase)

lunes, 20 de septiembre de 2010

Limpieza selectiva

Tantas, tantas cosas que contar; tantos posts que se han ido quedando en el teclado y que iré sacando poco a poco. ¿Y cómo empezar? ¿cronológicamente? ¿unas fotitos del viajecito a Conil? Eso ya sería demasiada foto playera seguida (aunque me ha salido alguna muy chula) ¿Debería hablar del nuevo "amiguito" de Flecha? ¿del nuevo vecino? ¿de La Tabacalera? ¿Una de Rescatadas?

Bueno, todo irá saliendo. De momento creo que voy a empezar por el final; algo muy curioso que noté ayer en la calle Ribera de Curtidores, al lado de mi casa.

Hace ya más de un mes levantaron un muro alrededor de un solar que hay en el cruce de Ribera de Curtidores y Mira el sol. Pasé por allí cuando los señores obreros estaban recogiendo todo el tinglado una vez terminado el asunto, y no pude evitar preguntarme cuánto tiempo duraría aquel muro virgen y qué tipo de pintadas acabarían decorándolo. Tenía la esperanza de que algunos de los "artistas urbanos" -que no grafiteros- que actúan por el barrio dejaran alguna cosilla suya plasmada, porque en esa calle suele haber cosas interesantes; Rallito-x, E-mil, el omnipresente pato -u ornitorrinco- de Tal Te Vigila y algunos otros que poco a poco voy reconociendo.


Desafortunadamente el muro no tardó en ser "maculado" con algunas firmas cutres y nada artísticas, y recientemente, el día 16 de Septiembre (no lo digo de memoria; lo veo en las fotos) apareció una pintada deseándonos a la clase obrera una feliz huelga general. Aunque nada tenía de especial le hice una foto como parte de mi proyecto del "antes-después" del muro de marras.

El caso es que ayer, paseando con Pacopepe y Frankie por El Rastro observé algo que me llamó mucho la atención: la pintada de la huelga había desaparecido... ¡pero las firmas cutres seguían allí! ¿Limpieza selectiva por parte del ayuntamiento? Curioso... Está claro que algunas pintadas molestan más que otras.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Imágenes de Galicia

 

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Viajes

Me monté en Oviedo al bus que me llevaría a Navia; los billetes no eran numerados y el autocar iba casi vacío, así que podía elegir asiento. El primero detrás de la puerta del medio, a la derecha del autocar suele ser mi favorito, porque al no tener delante el respaldo de otro asiento me da la sensación de tener más espacio. Sin embargo sucede a veces que las cortinas están en esa ventanilla -como era el caso- y  mi prioridad es  siempre poder mirar bien por la ventana, así que tras dudar un rato elegí el de justo detrás.

Me senté en la ventanilla, puse mi mochilita en el asiento de al lado y me empecé a poner cómoda. Entonces oí  una voz de mujer que me preguntaba con acento gallego: “¿Está ocupado este?” Miré y había una señora señalando a mi mochila. A ver, no lo entiendo –pensé- en el autocar quedan aún muchos “asientos dobles” vacíos, ¿por qué quiere esta sentarse a mi lado? “No, no está ocupado -le respondí- pero si se va a poner usted aquí, yo me paso a otro. No se lo tome a mal, es que...”  y no se me ocurrió como acabar la frase, pero apoyé suavemente la mano en su brazo, le miré con una sonrisa conciliadora y sin rubor me mudé al otro lado del pasillo.

Para mi satisfacción no pareció sentirse molesta, porque poco después, antes de que el autocar saliera me preguntó si sabía cómo subir el reposa-brazos, y estuvimos allí  un rato juntas -en equipo- intentando dilucidar cómo hacerlo.

Un chico de unos treinta años se me acercó desde las primeras filas del bus: “Oye, he oído que tú vas a Navia, ¿no? Es que anoche salí a muerte y creo que me voy a quedar sobao…”  Tenía una fantástica cara de resacón mortal. “Que te despierte al llegar, ¿no?" -le pregunté con una sonrisa cómplice.  “Sí, porfa. Lo mismo no me duermo, pero por si acaso…” “No te preocupes, que yo me aseguro de que llegues a buen puerto.”

Al sentarme en mi asiento y mirar por la ventana me di cuenta de que el destino, en forma de cortinas de autobús y de gallega gregaria, me había ido poniendo “en mi sitio”: ¡el número 32! – Bueno, en realidad yo estaba en el al lado, pero no nos pongamos tiquismiquis, ¿no? En fin, que me descalcé, me acomodé, saqué mi libro de la mochila y me puse a leer.

Cuando el autocar hizo una parada como media hora más tarde, yo me hice la sopa para que los nuevos pasajeros eligieran otro asiento antes que el mío -el viejo truco. Pero al cabo de un rato sentí un golpecito en el hombro; una rotunda mujer reclamaba el sitio. Vaya. Lo cierto es que el autocar se había llenado; la galleguiña también tenía un acompañante. 

Unos minutos después de que el bus reemprendiera el viaje, mi vecina estaba sobada y la gallega y su nuevo vecino hablaban animadamente como si se conocieran de siempre. Ya fueron de charleta todo el viaje. ¿Sería quizás por eso que la mujer había querido sentarse a mi lado; para darle al pico? Uff… casi mejor haberme pirado, qué pereza. Parecía que quien más hablaba era él, pero lo cierto es que ambos parecían disfrutar la chachara.

En Luarca, ya apenas a media hora de mi destino, el autocar hizo una breve parada de cinco minutos, que yo aproveché para estirar un poco las piernas. Cuando volvimos a subirnos mi vecina de asiento había sido sustituida por un jovencillo de unos veinte años que hablaba por teléfono con sus colegas. Por lo que pude deducir estaba haciendo el Camino de Santiago, pero se había fastidiado el tobillo y el médico le había aconsejado que se saltara la etapa de ese día y la hiciera en bus. Parecía majete, por la forma de hablar, aunque a mí me pirra tanto el acento gallego que sólo con eso ya estoy ganada.

Al cabo de un rato me preguntó el jovenzuelo: “Oye, ¿tú sabes dónde queda La Caridad?" Bueno, sólo sé que empieza en casa… “No, lo siento, no lo sé.” Entonces preguntó a los del asiento de al lado. El vecino de la gallega parecía conocerse muy bien toda la zona, y después de explicárselo y no sé muy bien cómo, se liaron a hablar, y el chaval este contó que estaba haciendo el Camino, y el vecino lo había hecho, y se pusieron a intercambiar anécdotas, y el vecino contó que él iba a embarcarse en un pesquero… en fin, que al cabo de un rato estaban ahí los tres, la gallega, el vecino y el jovenzuelo, pasándoselo estupendamente en el bus, contándose sus cosas, y yo tan entretenida escuchándolos -de estranjis, eso sí- mientras hacía como que seguía leyendo.
Y pensé varias cosas: Pensé que un viaje comienza en el momento mismo en que te subes al transporte que te va a llevar a tu destino, y que hay que aprovechar y disfrutar los viajes desde el principio. Pensé en cómo cada una de las personas que estábamos en ese bus teníamos una historia de por qué estábamos allí, y que era  interesante llegar a conocer y compartir retazos de ella. Y por último pensé que no debería ser tan siesa y antisocial, porque haciéndolo me pierdo una parte muy bonita de viajar -y de la vida misma. 

Será mi propósito para el nuevo curso.