lunes, 30 de marzo de 2009

La conquista de la felicidad


“No me gusta el lenguaje místico, pero no sé cómo expresar lo que quiero decir sin emplear frases que suenan más poéticas que científicas. Podemos pensar lo que queramos, pero somos criaturas de la tierra: nuestra vida forma parte de la vida de la tierra, y nos nutrimos de ella, igual que las plantas y los animales. El ritmo de la vida de la tierra es lento: el otoño y el invierno son tan imprescindibles como la primavera y el verano, el descanso es tan imprescindible como el movimiento. (…)

Una vez vi a un niño de dos años, criado en Londres, salir por primera vez a pasear por el campo verde. Estábamos en invierno, y todo se encontraba mojado y embarrado. A ojos de un adulto aquello no tenía nada de agradable, pero al niño le provocó un extraño éxtasis: se arrodilló en el suelo mojado y apoyó la cara en la hierba, dejando escapar gritos semi-articulados de placer. La alegría que experimentaba era primitiva, simple y enorme. La necesidad orgánica que estaba satisfaciendo es tan profunda que los que se ven privados de ella casi nunca están completamente cuerdos. Muchos placeres no poseen ningún elemento de este contacto con la tierra. Dichos placeres, en el instante en que cesan, dejan al hombre apagado e insatisfecho, hambriento de algo que no sabe qué es. Estos placeres no dan nada que pueda llamarse alegría. En cambio, los que nos ponen en contacto con la vida de la tierra tienen algo profundamente satisfactorio: cuando cesan, la felicidad que provocaron permanece.”

Bertrand Russell, La conquista de la felicidad

Este es un fragmento de un libro que me gusta releer de vez en cuando. Ahora lo estoy releyendo porque me acabé por fin El amor en los tiempos del cólera y no sé qué leer... ¡se aceptan sugerencias!

viernes, 27 de marzo de 2009

Vacas en Madrid

Me gustan las vacas. Me gusta su mansedumbre, sus ojos enormes y sus pestañas largas, que les dan esa expresión de buenas. Me gusta cómo comen, cómo rumian; la parsimonia con la que lo hacen. Me gusta la tranquilidad con la que andan. Me gustan sus ubres grandes, plenas.

Cuando era pequeña, en Semana Santa y verano, íbamos de vacaciones al pueblo de mi padre, en León. Es un pueblo muy pequeñito, de apenas 200 habitantes. Nos alojábamos en casa de mis tías abuelas Xion y Adonina. Allí había gallinas, dos cerdos y tres vacas; la Rubia, la Paloma y la Minerva. La Rubia era la favorita de todos, creo que porque era la más mansa. Cuando yo tenía cinco, seis años y mi hermano Manolo siete, ocho, nos encantaba acompañar a mis tías a llevar las vacas “al prao” -llevábamos "las nuestras" y otras dos o tres más del vecino. Nos sentíamos importantes; íbamos todos dispuestos, con nuestros bastones en ristre. Si alguna se paraba a comer yerba por el camino le dábamos con el bastón en la cadera con suavidad, casi como se le palmotea a un perro en la cabeza, a la vez que decíamos “¡Vaaaca-ve!” imitando la entonación con que lo decían nuestras tías, con un soniquete muy de pueblo.

Mis primeros recuerdos de “transgresión” son de entonces; de algunas ocasiones en que después de cenar, ya en pijama, cuando habíamos dado el día por concluido, mi madre nos preguntaba con sonrisa de conocer la respuesta “¿Queréis ir a buscar a las vacas al prao?” “¡¡Siiii..!!” Y entonces nos vestía encima del pijama –no recuerdo si por el frío o por hacer más rápida la operación- nos ponía las botas de agua -las “katiuskas”- y hala, a por las vacas.

Cuando fui un poco más mayor, a los trece, catorce años, ya no me gustaba tanto ir a Villager; me estaba convirtiendo en una niña de ciudad. Recuerdo lo cazurras que me parecieron mis amiguitas de allí cuando un día me preguntaron; “¿Y en Madrid hay vacas por la calle?” ¡Qué brutas! ¡Vacas por las calles de Madrid!

Más de veinte años después, ahí están.



jueves, 19 de marzo de 2009

La boheme

Ayer cuando volví a casa de yoga Federico estaba estudiando en el salón, como cada mañana. Las ventanas estaban abiertas y entraba el sol, y un aire primaveral cálido y fresco a la vez. Desde el piso de abajo llegaba con nitidez una música cantada en francés.

- Holaaa... ¿Qué, qué te parece la música? Esto es la de abajo, La loca.
- Ya, la pone muy alta, ¿no? pero la verdad es que me estaba gustando. Con el día que hace, aquí fumándome mi pipa… me estaba pareciendo perfecta.
- Sí, afortunadamente la música no está mal… pero no te gustaría tanto si llevaras casi diez años oyendo siempre el mismo disco.

La loca tendrá como setenta y pico. En el bloque tiene reputación de "ida"; ahora lleva bastantes años tranquila, pero cuando llegué a esta casa tenía constantes trifulcas con los vecinos; se quejaba sobre todo de ruidos que venían del piso de arriba y aseguraba que tenían un laboratorio de drogas (!) Todos pensamos que se le iba la olla, aunque cuando aquellos vecinos se fueron, ella dejó de quejarse y desde entonces no ha dado guerra. A veces en las reuniones de vecinos, con los temas de las obras del bloque se pone muy irracional y parece que no procesa la información.

Pero lo cierto es que mal de la cabeza del todo no puede estar, porque vive sola; la única familia que tiene es un hijo que vive fuera de Madrid y que no parece que la visite con mucha frecuencia. Marido no sé si tuvo y murió o no lo tuvo nunca; quizás fue madre soltera, porque parece que en su juventud vivió en Francia muchos años, con el ambiente tan “libertino” que se dice que había allí, quizás se desmelenó más de la cuenta y zas.

El caso es que aquellos años en Francia debieron de ser sus años dorados, allá por los sesenta o setenta, y por eso insiste en recordarlos periódicamente poniendo el mismo disco a todo volumen; siempre el mismo. Y sé que es un disco y no una cinta o un CD porque una de las canciones se le ha rayado de tanto ponerlo, y cuando llega “La boheme”, hacia el final salta la aguja, y suena la misma frasecita tres o cuatro o cinco veces hasta que la mujer levanta el brazo del tocadiscos y lo vuelve a posar un poco más adelante en el surco y la canción continúa. Yo me la imagino bailando mientras oye el disco a todo volumen, dando vueltas por la casa, fuera de sí, poseída por la nostalgia… y en pelotas -no sé de dónde he sacado esta idea de que baila por la casa en pelotas.

Para escribir este post me he paseado por Internet para ver algo sobre la canción que se raya, y he encontrado el vídeo y la letra, que he traducido por curiosidad. Me ha sorprendido mucho cómo sin tener ni la más remota idea sobre de qué iba la canción –no hablo francés- había captado el sentimiento perfectamente. Además la letra me ha parecido muy bonita... y bueno, tal vez después de esto la miraré de otra forma. De momento Federico la ha re-bautizado y en vez de "La loca" es "La francesa", que no es poco.

LA BOHEMIA
Te hablo de un tiempo que
los de menos de veinte años
no pueden conocer

Montmartre por aquel entonces
colgaba sus lilas
hasta nuestras ventanas,
y aunque la humildemente amueblada habitación
que nos servía de nido
no era gran cosa,
fue allí donde nos conocimos;
yo me quejaba de hambre
y tú posabas desnuda.

La bohemia, la bohemia
Eso quería decir
que éramos felices
La bohemia, la bohemia
Sólo comíamos cada dos días.

En los cafés vecinos
éramos varios los que esperábamos la gloria
y aunque éramos pobres con el estómago vacío
nunca dejamos de creer en ello.

Y cuando en algún bar
nos cogían un lienzo
a cambio de una comida caliente,
recitábamos versos
agrupados alrededor de una estufa
olvidándonos del invierno.

La bohemia, la bohemia
Eso quería decir
que eres preciosa
La bohemia, la bohemia
éramos todo genio.

A menudo pasaba noches en vela
delante del caballete
retocando la forma de la línea de un pecho,
la curva de una cadera…
y no era hasta la mañana
que nos sentábamos
delante de un café con leche;
extenuados pero encantados.
Debía de ser porque nos amábamos
Y también amábamos la vida

La bohemia, la bohemia
eso significaba
que teníamos veinte años
La bohemia, la bohemia
Vivíamos el aire
de aquellos tiempos

Cuando alguna vez voy a visitar
mi antigua dirección
ya no la reconozco;
ni las paredes, ni las calles
que vieron mi juventud.
Desde lo alto de la escalinata
busco el estudio del que ya no queda nada.
En su nuevo decorado
Montmartre parece triste
y las lilas han muerto.

La bohemia, la bohemia
éramos jóvenes, éramos locos
La bohemia, la bohemia
ya no significa nada.

viernes, 13 de marzo de 2009

Hace casi 60 años

Hace ya casi 60 años, en Madrid, Teresa y Alberto esperaban su primer hijo. Teresa estaba muy ilusionada viendo como su tripita iba creciendo día a día. Cada tarde al volver del trabajo, Alberto se sentaba a su lado y ponía la mano sobre su vientre, esperando sentir una patadita de su primer hijo.

Llegando al sexto mes de embarazo Teresa se empezó a sentir cada vez más cansada. Poco a poco fue perdiendo fuerzas hasta que apenas podía andar. Cuando empezó a perder la vista, ingresó en el hospital, y allí entró en coma. La vida de Teresa corría riesgo si no se interrumpía su embarazo, pero en el hospital le explicaron a Alberto que el bebé no sobreviviría fuera del útero. Alberto no quiso perder a Teresa, y pidió que le hicieran una cesárea para intentar salvar su vida, sabiendo que perdería al bebé.

Teresa fue intervenida estando en coma. La criatura que le sacaron del vientre era una niña diminuta, como un gatito recién nacido. La posaron sobre una palangana y comenzaron a cerrar. De repente un llanto de bebé llenó el quirófano; la niñita quería vivir. Pesaba apenas 750 gramos y aún no tenía la piel y el estómago formados.

Unos días más tarde Teresa despertó del coma y no pudo contener las lágrimas de alegría cuando Alberto le dijo que eran papás de una heroica niñita, Más aún lloró el día en que, dos semanas después, recuperó la vista y pudo por fin verla.

Maite, que así se llamó la niña, fue alimentada con una leche especial que el hospital hacía traer de Alemania hasta que su estómago de desarrolló, y durante un año su piel tuvo que ser cubierta permanentemente con una capa de vaselina hasta que fue suficientemente fuerte.

Esta bonita historia me la contó hace unos días aquella niñita que es ahora una mujer maravillosa, una alumna mía.

lunes, 9 de marzo de 2009

Rescatadas 6

Esta anécdota me ha llegado a través de mi hermano Dani:

Un colega llega a casa de mi hermano con una amiga oriental. Pepe, su compañero de piso, le pregunta:

-¿Y tú de dónde eres?
-Yo de Taiwan

- ¡¡Anda coño!! ¡¡como las cosas!!...

... o_O



PD: Gracias Dani por "el material" :D

martes, 3 de marzo de 2009

La (P*ta) Alemana

Hace como una semana recibí un sms de Raúl en el que me decía emocionado que acababa de ver a las Hermanas Karamazov, las gemelas de 70 años que pasean del brazo por las calles de Lavapiés vestidas iguales, y de quienes él hasta entonces sólo sabía por un post de la serie Personajes del barrio. Entonces me di cuenta de que hace mucho que no sigo la serie; supongo que, en invierno con el frío nos quedamos todos más en casa y no nos vemos tanto las caras, y a mí me falta la inspiración.

Sin embargo, precisamente por esto, porque pasamos más tiempo en casa, tenemos más presentes a los vecinos de bloque; a los que viven encima o debajo en nuestra “colmena”. Por ejemplo La (P*ta) Alemana.

La Alemana es en realidad de nacionalidad austriaca y tendrá como cuarenta y tantos años. Cuando que me mudé a esta casa su particular bienvenida consistió en bajar a quejarse de nuestros ruidos. “Oye, y ¿cuántas puertas tenéis en la casa? Porque yo no oigo más que portazos” Yo al principio me lo tomé en serio, y procuraba ser más silenciosa, pero no tardé mucho en darme cuenta de que la tía es una paranoica, y aprendí a ignorar los golpes de queja que daba en el suelo -incluso cuando yo estaba tumbada en la cama leyendo.

El proceso, sin embargo, fue doloroso y frustrante; cada vez que yo hacía alguna cosa mínimamente ruidosa pensaba que la tipa iba a bajar a quejarse. A veces bajaba y a veces no, pero la paranoica empezaba a ser yo. Entonces, un sábado cualquiera, sobre las diez de la noche estaba yo con un par de colegas en casa, con música bastante alta; cuando sonó el timbre supe que era ella. Abrí la puerta, ella soltó todas sus quejas de maruja amargada y cuando acabó le dije muy tranquilamente: “Pues vas a tener que llamar a la policía, porque no pienso bajar la música. Hasta luego.” La policía evidentemente no apareció, y ella dejó de bajar a quejarse.

Lo que más me indignaba al principio de esta zorra es que lo mismo que se queja de los ruidos ajenos, no se corta un pelo en andar con zapatos de tacón desde que se levanta, y dar, sobre las siete de la mañana, unos golpes tremendos que no acierto a saber cómo coño los hace. Suena como si tirara un mueble al suelo; un estruendoso ¡PUMMM! El año pasado, cuando Federico estuvo aquí, flipaba tanto que decidimos escribirle una nota diciéndole algo así como que si era ella quien daba esos golpes, que a ver si por favor podía hacer algo por evitarlo. “Si no eres tú, ignora esta nota” pero sabíamos que era ella. Durante un tiempo dejamos de despertarnos sobresaltados con los golpes –luego volvieron.

El caso es que yo hace mucho que paso de hacerme mala sangre, y cuando oigo sus ruidos los ignoro con bastante facilidad. Cuando me cruzo con ella en la calle o en el portal ni le muestro animadversión; le saludo con una sonrisa y tan ricamente. Ayer subimos juntas las escaleras, y esta fue la conversación que tuvimos:

-Oye -dijo la Alemana- ¿Tú sabes si van a arreglar lo de las humedades del techo ya?

(Mi techo, que es el suelo de su terraza. A mi me sorprendió que se mostrara tan colaboradora, porque siempre ha sido reacia a dejar que los obreros pasaran a su ático para poder arreglarlo.)

-Porque las humedades –continuó- están llegando a zonas donde hay electricidad y ya es peligroso.

-Ah, pues sí que es peligroso. No sé, habla con tu casero a ver qué te dice.

-Es que yo ya estoy pensando que no me importa denunciar a la comunidad de vecinos y que pongan una multa.

O sea, que me estaba amenazando.

-De todas formas yo me voy a tener que ir de este piso ya, porque…

-Mhmmm… Muy bien Traude, buenas noches.

Entré en casa y se lo conté a Federico, que ya tiene unas ganas locas de conocerla en persona.

domingo, 1 de marzo de 2009

Mi abrigo donado

¡Qué buenooo! Acabo de ver desde la ventana de mi casa a un tipo llevando un abrigo que doné en mi aventura “No vendo; regalo”! Y a los municipales acosándole. Definitivamente era un “vendedor ilegal” quien se lo llevó. Lo doy por bien colocado, pues. :)